Se cumplen mañana dos meses del asesinato a Fernando Báez Sosa, perpetrado el 18 de enero en Villa Gesell, crimen que sacudió a la sociedad argentina. Al respecto opinaron para Télam las doctoras en Sociología Melina Vázquez y Florencia Gentile, quienes incorporan el término «juvenicidios» para referirse y explicar los actos violentos que tienen como protagonistas a los jóvenes.
Las muertes violentas no son azarosas ni se distribuyen del mismo modo entre la población. ¿De qué depende, entonces, quién muere?, retomando la canción “Pistolas” de Los piojos, la muerte ¿es una cuestión de suerte? Veamos.
El término femicidio designa una forma particular de muerte: asesinatos violentos de mujeres asociados a razones de género. Esta noción se incorporó al vocabulario cotidiano, a la vez que produjo modificaciones concretas en el código penal. Desde el ámbito académico se crea un término equivalente para nombrar la producción sistemática y silenciosa de asesinatos de jóvenes en América Latina: juvenicidio. Los términos de ambos fenómenos sociales ponen de manifiesto relaciones desiguales de poder a partir de las cuales se elaboran identidades desacreditadas.
En el juvenicidio, además, el Estado adquiere centralidad para comprender esas muertes. Fuerzas de seguridad e instituciones públicas participan de formas de violencia y represión (por acción directa o por omisión) hacia jóvenes con identidades desacreditadas por distanciarse de las expectativas en relación con su edad, género y clase social (quienes participan en protestas sociales, expresan públicamente sexualidades no hegemónicas y se besan en una estación; usan ropa deportiva y son criminalizados por su apariencia o participan de espacios nocturnos juveniles, como boliches).
Hechos recientes con repercusión mediática dieron visibilidad a jóvenes protagonizando escenas de violencia como sujetos y como objeto de violencias, como los rugbiers de Villa Gesell o los asesinatos masivos en Rosario. Los acontecimientos son tratados como casos policiales o de inseguridad; se hacen coberturas basadas en la espectacularización y el morbo; se construye un sentido común que –previo a todo proceso judicial– sentencia la culpabilidad de les jóvenes y se construye un imaginario sobre la creciente violencia juvenil. Cuando las violencias se inscriben en el sujeto-joven-típicamente-violento, asociado a la condición de clase popular criminalizada, son interpretados como “problemas de minoridad”; mientras que cuando son ejercidas por jóvenes que se inscriben por fuera de esas figuras (por ejemplo, por pertenecer a otra clase social) se apela a figuras de lo no-humano y de lo no racional: animales o monstruos.
Estudios históricos sobre infancias muestran que la ternura hacia los niños dista de ser un sentimiento natural. En el medioevo son considerados adultos en miniatura y no existe una sensibilidad particular, asociada al afecto, al juego o al cuidado. Del mismo modo, sobre las juventudes también cambian las valoraciones de las que son objeto.